Equipo 4:
Aguirre Moro Laura Mariana
Hernandez Hernandez Heidi Ivette
Modesto Najera Karla
Sanchez Mondragon Andrea Onodi
Por: Mary Carmen Rumbo Quintal*
El ser humano es revolucionario, una consecuencia de su naturaleza nata de “individuo”, egoísta y perseverante pero, al final, un animal con razón pese a que en el devenir del tiempo como huésped de este planeta, demuestre utilizar el instinto de supervivencia para su autodestrucción.
“LA TIERRA ES DE QUIEN LA TRABAJA”
La revolución mexicana de 1910, fue el resultado del hartazgo del pueblo, que había vivido durante 3 décadas bajo el dominio de la dictadura del Gral. Porfirio Díaz.
El Gral. Porfirio Díaz abanderando la ideología de la “No reelección” y en pro de suavizar el clima de ingobernabilidad que se vivía, convoca a elecciones al pueblo de México, surge como contendiente a la Presidencia Francisco I. Madero, revolucionario de aquélla época que congeniaba con las causas e intereses de la reforma agraria y el principio de “No Reelección”, quien más tarde fuera la cabeza del movimiento revolucionario preponderante.
Para comprender un poco acerca de la condición política, económica y social que sostenía el Estado Mexicano en aquélla época, tenemos que analizar que el 85% de las tierras mexicanas eran propiedad del 1% de la población, un grupo muy pequeño conformado por caciques, latifundistas y hacendados de la época quienes aglutinaban el mayor porcentaje de riqueza económica en el país.
Las famosísimas “Tiendas de Raya”, mecanismo del Porfiriato para satisfacer las necesidades de compra de los indígenas, mantenía al pueblo completo endeudado, situación por la cual los trabajadores no percibían sus sueldos en moneda sino en especie.
Como consecuencia, las reacciones de un pueblo que se sentía burlado no sólo físicamente, sino también en su ideología insurrecta, que luchó con sangre para conseguir su independencia y con ello el movimiento de lucha más sangriento que cobro un gran número de vidas en la historia de México.
Finalmente, el derrocamiento del Gral. Porfirio Díaz, su exilio de México y su acogimiento en la nación francesa, para quien él había generado tantos beneficios en el país, a través de diferentes inversiones originarias de la Ciudad de las Luces en México. No tan sólo acaba el Porfiriato, sino también el hombre, el general que años antes había luchado por las mismas causas de la revolución; el hombre que embriagado de los lujos y buenas costumbres de la aristocracia, decide formar parte de ella y olvidar al pueblo que tanto decía haber amado, y el hambre y el dolor de los mismos, el hombre que decide borrar de su memoria sus raíces indígenas para amar el encumbramiento y el arte barroco.
Hoy por hoy, a casi 100 años de la revolución mexicana, los compatriotas seguimos celebrando dicho suceso, haciendo alusión a la democracia e independencia, agradeciendo a los héroes que nos dieron patria y a los indígenas e intelectuales que acogieron dicho movimiento. Nuestra nación decide abandonar el slogan de “Nación Pacífica”, por el de “Nación Digna”, hoy no podemos hablar de revolución con palos, machetes y fusiles, porque la historia de la sociedad no acepta retrocesos. Ahora entendemos una lucha ideológica, una lucha de palabras, una lucha dónde los medios de comunicación hacen su parte a favor o en contra, pero finalmente están ahí. Los gobiernos globales convocan al “diálogo”, sin entender que el dialogo no es posible cuando la miseria y la desesperación bañan a un pueblo en su más nata esencia.
A pocos años de la conmemoración del centenario de la revolución mexicana, los mexicanos viven la revolución actual producto de la necesidad y el destierro. Pero en la actualidad el panorama no es diferente sino analice lo siguiente:
Hoy, el gran imperio azteca se encuentra sumido en la ingobernabilidad producto de la falta de interrelación entre el Estado y su sociedad; por su parte, flagelos como la pobreza y la inseguridad social se han convertido en el condimento de nuestra cotidianidad; el descontrol y el caos que vive la estructura gubernamental se transmite en gran medida en el actuar “ciudadano”, la falta de acuerdo producto del desarrollo y promoción de la democracia en nuestro país, viene obstaculizando la toma de decisiones preponderantes y definitivas para salvaguardar a nuestra nación del subdesarrollo y poder probar las mieles del primer mundo.
Es necesaria la reflexión y el análisis para discernir que el conflicto y el clima de desacuerdo difícilmente nos ayudará a avanzar en el terreno del desarrollo, ante una “Crisis Global” que amenaza con permanencia a futuro.
México no necesita repetir el suceso histórico revolucionario de 1910. En pleno siglo XXI México necesita convergencia, corresponsabilidad, desarrollo de trabajo para bienes comunes y sobre todo acuerdo ideológico desprendido de intereses personales e individualistas. El imperio azteca nos exige una revolución, pero aceptando que hablar de revolución implica hablar de “Cambio”, “Transformación”, dos actos que sólo podemos conseguir a través de la unificación y el compromiso, dos actos que lejos estamos de conseguir si nos seguimos comportando como una “Sociedad aterrorizada” incapaz de opinar, decidir y actuar.
viernes, 26 de febrero de 2010
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